
La delincuencia se ha desbordado en muchas zonas del país. No se trata de protagonizar intercambios de disparos, sino de garantizar seguridad en cada tramo del campo o la ciudad. La presencia policial debe enfocarse en la prevención, no en la confrontación.
Es una medida positiva el despliegue de más de mil agentes para patrullar las calles. Sin embargo, preocupa que algunos lo hagan sin armas letales ante una delincuencia que sí está armada. La prudencia es necesaria, pero también lo es el sentido común.
Estos agentes deben estar bien entrenados en trato con la comunidad, en mantener el orden y proteger a los indefensos. No están para demostrar excesos ni soberbia, sino para ser parte de la solución mediante la concertación.
La inseguridad golpea las principales localidades del país. La delincuencia se reinventa: cae un sospechoso y otro ocupa su lugar. Es imperativo responder con inteligencia, planificación y verdadera vocación de servicio.
La labor del policía es ser garante de la paz. Debe recordarse que el cuerpo policial es un auxiliar de la justicia, no un ente que impone castigos. Las condenas, en una democracia, las dictan los jueces.
La reforma policial no puede postergarse más. Debe incluir un enfoque de trabajo comunitario que permita actuar antes de que ocurra el delito, antes de que corra la sangre o llegue la muerte.
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Editorial