El valor de la palabra ha desaparecido, porque el honor que la sustentaba se ha extinguido. Hoy resulta vergonzoso leer los periódicos y encontrarse con la desfachatez y el desconocimiento con que actúan muchos de nuestros líderes y figuras públicas.
La confianza en la palabra empeñada ya no existe; cualquier compromiso requiere de documentos firmados, porque la palabra, sin honor, se ha vuelto tan ligera que el viento se la lleva.
Vivimos rodeados de promesas vacías, discursos elaborados para decir lo que la gente quiere escuchar, tanto en la política como en el comercio y hasta en las relaciones personales.
La mentira, el engaño y la manipulación se han convertido en un hábito peligroso, practicado sin pudor por quienes deberían dar ejemplo.
En un país donde abundan las leyes, pero escasea la voluntad de aplicarlas, la impunidad se ha normalizado.
Aquí los poderosos rara vez enfrentan consecuencias, y la corrupción ha erosionado los valores fundamentales de la sociedad.
Aun así, debemos mantener la esperanza de que, en algún momento, surgirá un liderazgo moral capaz de recuperar la verdad, el honor y la dignidad que tanto necesitamos.
