
Por Pavel De Camps Vargas
En un mundo sacudido por conflictos bélicos, desinformación y polarización, la manera en que consumimos noticias digitales define no solo lo que creemos, sino también a qué narrativa damos poder. La prensa tradicional pierde espacio, mientras voces independientes emergen como baluartes de una verdad fragmentada y disputada en tiempo real.
La guerra moderna no solo se libra con armas, sino con titulares, videos virales y transmisiones en vivo. En contextos como Gaza, Ucrania o Haití, los grandes medios, bajo intereses económicos o ideológicos, tienden a ofrecer relatos parciales. La información se convierte en herramienta de manipulación y construcción de consensos, silenciando violaciones cuando provienen de aliados estratégicos.
Ante esta dinámica, periodistas freelance, medios alternativos y analistas ciudadanos se vuelven esenciales. Plataformas como X (antes Twitter), Telegram y TikTok, aunque no siempre verificadas, ofrecen miradas desde el terreno.
Esta pluralidad informativa permite contrapesar versiones oficiales, aunque obliga al lector a desarrollar un pensamiento crítico y selectivo.
Las estadísticas globales refuerzan esta transformación: más del 77% de los internautas mayores de 16 años consume prensa digital semanalmente.
En promedio, se dedican casi 3 horas semanales a leer noticias en línea, mientras el interés por la prensa impresa sigue disminuyendo. Sin embargo, apenas un 9.4% está dispuesto a pagar por información confiable, lo que compromete la sostenibilidad del periodismo serio.
En República Dominicana, la paradoja es clara: hay alta conexión, pero poco compromiso económico con la información. Entre 7 y 9.4 millones de dominicanos acceden a noticias digitales mensualmente, principalmente por redes sociales como Facebook, WhatsApp y YouTube. Sin embargo, menos del 5% paga por contenidos, lo que deja a los medios a merced de intereses políticos o comerciales.
Un ejemplo revelador fue el artículo de Vatican News, del 10 de junio de 2025, que describía a República Dominicana como un “infierno” para los haitianos. El texto, sin matices ni datos sólidos, tuvo amplia difusión internacional, provocando indignación nacional y un daño reputacional injusto. Esta narrativa, desinformada y parcial, demuestra cómo un discurso mal enfocado puede alimentar prejuicios y estigmatizar a un país entero.
El Vaticano, al omitir la dimensión espiritual e histórica de una nación cuya bandera honra a Dios, la cruz cristiana y el evangelio de Juan 8:32, contradice su propia fe. En vez de promover el entendimiento, contribuyó a una visión oscura y sesgada que recuerda más a los tiempos inquisitoriales que a la búsqueda de paz.
Hoy, la verdadera batalla se libra en las pantallas. Cada ciudadano tiene la responsabilidad de informarse críticamente, contrastar fuentes y apoyar a los medios responsables. La pregunta urgente es si estamos ante una nueva cruzada espiritual… o frente a una peligrosa victoria de la desinformación que oscurece más de lo que ilumina.